6/23/2010

En la Celda de Acero

La Luz...

Sus ojos no se habían apartado de La Luz en los... ¿minutos? ¿horas? ¿días? ¿meses? ¿años? que llevaba ahí. Su cerebro no había permitido que sus pupilas se dirigieran ni un instante a otro lugar pues el miedo a que La Luz salvadora que iluminaba su pequeño mundo desapareciera era lo suficientemente atroz como para apartar a un lado todo rastro de curiosidad.

De todas maneras, tampoco había nada que ver. Lo había comprobado en los breves instantes oscuros en los que su cuerpo había chocado contra el suelo, un par de segundos antes de que La Luz apareciera en su vida.

En esos diminutos momentos la oscura celda circular de paredes de acero se le había antojado como la peor de las pesadillas. Se había limitado a encogerse temblando en el centro de la habitación, sobre el frío suelo, dejándose arrastrar por el agónico terror que aquella opresiva oscuridad le ofrecía.

Y justo entonces, cuando creía que aquellas sombras que le rodeaban se cobrarían su vida, El Sonido había llegado a sus oídos. Y aunque después de aquello no lo había vuelto a oír, seguía recordándolo con extrema claridad y adoración, por el maravilloso hecho de que ese Chirrido había dado paso a La Luz. En aquellos instantes algo en el techo se había movido y La Luz había caído sobre su cuerpo. No era cálido, ni siquiera extremadamente claro, pero La Luz mantenía a rayas a las tinieblas de la celda de acero, y dentro del círculo que La Luz dibujaba en el suelo el miedo no inundaba su corazón.

Y aunque no había nada más en la celda de acero, todo era perfecto, porque tenía La Luz.

La Luz...

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